Desde que soy la segunda al mando, siempre me preocupé porque mis subordinados estuviesen bien capacitados para sus actividades, que se sintieran a gusto en su lugar de trabajo; básicamente es su segundo hogar. Pasan casi toda su vida en el navío y pues ¿Qué mejor que hacerlos sentir así? Como en casa. Bueno, se abrió la oportunidad de dedicarme a eso, sólo capacitarlos y hacerlos sentir bien. Por su puesto que acepté. Mi gusto por transmitir mis conocimientos no me dejó negarme. Hoy descubrí que no sólo es pasión por enseñar o el interés por mantener a flote el barco. Es mucho más. Piratas de quién sabe dónde decidieron atacar una de las naves de nuestra embarcación. Dos de mis chicos estaban ahí. Asustados, golpeados, viendo, sabrá la Luna, qué sucesos horrorosos e innecesarios ocurrían. Pero ahí estaban. Sin deberla ni temerla. ¿Me asusté? Obvio. ¿Lloré? Obvio, pero no frente a ellos. Sólo me dediqué a abrazarlos y decirles "tranquilo, ya todo está mejor". Debía ser...
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Compañera de viaje.
Me gusta viajar, conocer, ver, sentir... Nunca me ha gustado la soledad, al menos no la que yo no elijo. Busco siempre estar acompañada de alguien, o algo. Muchas veces, la música se vuelve la mejor compañía. Ahora no. Ahora viajo con una amiga fiel y mordelona. Casi no nos vemos, pues en mi etapa mundana, esa donde tengo que restregar los pisos o estar al mando de la tripulación, no tengo suficiente tiempo para llevarla conmigo. Ni autorización. Pero cuando llego a la alcoba, justo cuando las estrellas se encuentran en su punto brillos, ella está aquí, esperando. A las 7:00 am empieza su aventura, y parece que nunca acabará, pero también sueña. Sueña que corre, la he visto correr. Tiembla de frío, quizá sueña que está en el Polo Norte, se acurruca en las noches, tal vez me pide un abrazo. Y se lo doy. Comienza esta misión hacia las quesadillas, las garnachas... Tooodo el Mar Morado. ¡Qué emoción! Y lo mejor es que ya no sólo la música me va a acompañar.
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